La clave de la riqueza del régimen de Bashar el Asad pasaba desapercibida dentro de limones y granadas de plástico. Cada una de estas piezas, aparentemente diseñada para adornar los centros de mesa de las abuelas del mundo, escondía un centenar de pastillas de Captagon, la droga sintética que, durante años, sirvió para financiar el narcoestado sirio hasta la caída del dictador.