No hay manera de detener la codicia en el fútbol y los nocivos efectos que la acompañan. El madrugador receso de las Ligas nacionales está promovido por ese híbrido que es la Liga de las Naciones, competición que no altera el pulso de nadie, excepto el del seleccionador francés, Didier Deschamps, que cada vez encuentra menos gente que le ampare.