Parece un cuento de Navidad. La semana pasada murió Josep Morales, propietario de la librería Sant Jordi, último reducto barcelonés que queda en la calle Ferran. Rodeada de abominables tiendas de souvenirs y de carcasas de móviles y locales histriónicos sin alma, conforma una suerte de resistencia con muebles del siglo XIX e iluminación perfecta.