Hay una cosechadora de arándanos en mi sofá. Primero estuvo en mi cabeza. Es peruana, menuda, de sonrisa tímida, ojos bonitos, pelo lacio sujeto en una gorra. Observo sus manos delicadas, en su regazo. Todo empezó con esas manitas. Al principio solo las veía a ellas, en la sección de fruta del supermercado, en mi cuenco de arándanos del desayuno.