Espío la conversación de dos policías que toman café con otro señor que resulta ser de la secreta. Estoy sentada detrás. ¿De paisano, cuántos sois?, le preguntan. Seis, dice, hoy hay mucho carterista. Poseer estos datos me coloca en una situación incómoda con el resto de parias que deambulan, ilusos, por el centro comercial de esta estación, cargados de bolsas, bebidas o niños.