En el interior de la galería central del Museo del Prado huele a trementina (un disolvente) y, junto a bocetos y obras inacabadas, se acumulan pinceles, paletas, caballetes, bastidores, conchas de ostras y vieiras para guardar pinturas, una urna funeraria y una capa y un sombrero de ala ancha, como los que llevaba Rubens en el autorretrato que el pintor envió al príncipe de Gales en 1623.