Los rituales construyen lo común. Funcionan como el máximo común denominador de la convivencia. O como el mínimo común múltiplo, porque esta metáfora matemática nunca acaba uno de saber cómo manejarla. Pero se trata de que representan ese estrecho margen de certezas indiscutibles que podemos compartir y que nos permiten seguir conviviendo sin matarnos.